sábado, 28 de julio de 2012

ORIGEN DEL ANGLICANISMO



Por Armando Maya Castro

Los orígenes del Anglicanismo están unidos al nombre de Enrique VIII

 Con motivo de los Juegos Olímpicos Londres 2012, un programa matutino de una televisora mexicana trató el tema de los orígenes del anglicanismo, religión oficial de Inglaterra, que viene a ser una variante del protestantismo. Se mencionó en dicho programa que las mujeres fueron la razón por la que Enrique VIII se separó de la Iglesia de Roma y fundó el anglicanismo, sin mencionar que dicha religión “toma carta de naturaleza cuando las ideas calvinistas llegan a Inglaterra y se constituye en ella una Iglesia nacional, que respondía a razones políticas y religiosas”.

Diversos historiadores relatan el conflicto entre Enrique VIII y el Papa Clemente VII, quien negó al primero el decreto de nulidad de su matrimonio con Catalina de Aragón. La negativa papal no impidió que el rey anulara su matrimonio con Catalina y se casara secretamente –en 1533– con Ana Bolena. Thomas Cranmer, profesor de teología y amigo del rey, fue nombrado Arzobispo de Canterbury, y obligado por aquél a reconocer la validez de su matrimonio. Ana Bolena jamás le dio a su esposo el hijo varón que éste anhelaba, sino sólo una hija, la futura reina Isabel I. Tras la decapitación de Ana Bolena por mandato real, el monarca británico se casó con las siguientes mujeres: Juan Seymour, Ana de Cléveris, Catalina Howard y Catalina Parr.

En 1532, el rey había logrado el control del clero en su comarca, además de haber sido admitido como cabeza de la iglesia de Inglaterra. El papa reaccionó con una fallida amenaza de excomunión, ocasionando que el Parlamento –manipulado por Enrique VIII– emitiera “una serie de estatutos por los cuales se prohibían todos los pagos al papa, todos los obispos debían ser elegidos a propuesta del rey, y se desconocían todos los juramentos de obediencia al papa, licencias romanas y otros reconocimientos de la autoridad papal” (Williston Walker, Historia de la Iglesia Cristiana, Casa Nazarena de Publicaciones, E.U.A. 1991, p. 404).

Transcurría el año 1534, cuando el Parlamento, a través del Acta de Supremacía, declaró a Enrique VIII jefe supremo y cabeza visible de la Iglesia Anglicana, causando la protesta de los clérigos que permanecían leales al catolicismo. La decisión del Parlamento fue calificada por éstos como un acto de rebeldía a la autoridad papal.

En su obra “Cristianismo”, el escritor Brian Wilson afirma con sobrada razón que el anglicanismo “retuvo bastantes aspectos de la estructura del catolicismo, tanto en su administración episcopal, como en su liturgia”. Yo agregaría que retuvo también los métodos y prácticas intolerantes del catolicismo, mismos que utilizó para reducir al silencio las protestas del clero y las revueltas populares en el oeste y el norte del país, tratando de “persuadir a sus súbditos con promesas, amenazas y severos castigos”. Jutta Burggraf afirma que en ese reinado “hubo centenares de mártires, sacerdotes y laicos, entre ellos el obispo Juan Fisher y el ex Lord Canciller Tomás Moro, que se negaron a reconocer la supremacía del rey sobre la Iglesia”.

La muerte de Enrique VIII elevó al trono a su único hijo, Enrique VI, quien dio seguimiento a la “reforma” emprendida por su padre y por el Parlamento. Esto hizo posible que en Inglaterra se afianzara el protestantismo, sin lograr que la naciente iglesia británica arraigara lo suficiente.


En el breve reinado de Enrique VI, la católica María Tudor, hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón, provocó diversas revueltas en el afán de restablecer el catolicismo en Inglaterra, situación que causó que fuera recluida durante algún tiempo. A esta mujer sanguinaria, violenta y temeraria se le presentó la gran oportunidad de reimplantar la fe católica en Gran Bretaña cuando arribó al trono gracias al apoyo popular.

En el afán de suprimir las innovaciones religiosas de su padre, esta mujer desencadenó una serie de persecuciones religiosas contra quienes repudiaban el catolicismo. Estaba decidida a todo con tal de restablecer la misa, la autoridad pontificia y restituirle a la Iglesia católica las haciendas confiscadas por su padre y su hermanastro. Con María en el trono, Roma parecía recuperar lo que años atrás había perdido.

El historiador Williston Walker afirma que la intransigencia de “María la Terrible” la llevó a ejecutar a más de 300 miembros del alto clero protestante, a quienes acusó de herejía. El 4 de febrero de 1555, condenó a la hoguera a Juan Rogers, ministro, traductor y comentarista de la Biblia. Este fue el primero de una larga lista de clérigos antiromanistas ejecutados, entre los que se cuentan Hugo Latimer, Nicolás Ridley, Juan Hooper y el arzobispo Cranmer.

El fanatismo de esta mujer la cegó a tal grado que, en 1554, ordenó que su hermana Isabel —hija de Enrique VIII y de Ana Bolena— fuese encarcelada bajo la falsa acusación de estar implicada en la conspiración de Thomas Wyatt, un levantamiento popular que surgió en Inglaterra en 1554, a causa de la “preocupación popular por la decisión que había tomado la reina María I de casarse con Felipe II de España”. Es evidente que las convicciones religiosas de esta mujer estaban por encima de los lazos sanguíneos.

Con la muerte de María Tudor, el 17 de noviembre de 1558, se evaporó la posibilidad de que el catolicismo retornara a Inglaterra. Vino luego el reinado de Isabel I, quien se dedicó a unificar el país que su media hermana había dividido. El reinado de Isabel –a quien se le atribuye la creación oficial de la Iglesia Anglicana­–  duró casi medio siglo y fue quizás el más popular y exitoso en la historia de Inglaterra hasta el advenimiento de la reina Victoria”, otra mujer que sabía cómo gobernar.

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