martes, 21 de marzo de 2017

YA SIN JUÁREZ…

Por Armando Maya Castro
En el aniversario del nacimiento de Benito Juárez, es obligado señalar que el legado de este héroe nacional se encuentra amenazado por los ancestrales enemigos de la laicidad (Foto: Euroresidentes)

Hoy, hace 211 años, nació Benito Pablo Juárez García, el mejor presidente mexicano de todos los tiempos, aunque a Vicente Fox Quesada le cueste trabajo reconocerlo, sobre todo después de haber declarado ante los medios de comunicación que él ha sido el mejor presidente de México, incluso por encima del Benemérito de las Américas. 

El nacimiento de Juárez tuvo lugar el 21 de marzo de 1806, en San Pablo Guelatao, una pequeña comunidad serrana perteneciente a la jurisdicción de Santo Tomás Ixtlán, Oaxaca, que en ese tiempo “apenas contaba con veinte familias”, escribió Juárez en “Apuntes a mis hijos”. 

Sus progenitores, Marcelino Juárez y Brígida García, eran "indios de la raza primitiva del país", y fallecieron cuando el pequeño Benito tenía tres años. Al faltar sus padres, él y sus hermanas María Josefa y Rosa quedaron bajo el cuidado de Pedro Juárez y Justa López, sus abuelos paternos, “indios también de la nación zapoteca”. 

Tras la muerte de sus abuelos, quedó al cuidado de su tío Bernardino Juárez hasta 1818, año en que se dirigió a la capital del estado, luego de haberse despertado en él “el noble deseo de adquirir instrucción y mejorar su suerte”. A la postre, la aspiración de aquel niño iba a mejorar no sólo su suerte, sino la de todo México, un pueblo que en ese tiempo luchaba por su independencia. 

Antes de su partida a Oaxaca, su tío tuvo el tino de motivarlo para seguir otros caminos de superación: “aprender el idioma castellano, lograr que los patrones de una casa particular de Oaxaca lo recibieran a su servicio a cambio de techo, alimento, ropa y el compromiso de enseñarle a leer y escribir el castellano y, como sueño inalcanzable, lo apoyaran a seguir la carrera sacerdotal, por ser el único medio para los indígenas pobres, de realizar estudios superiores en el Seminario que funcionaba en esa ciudad”, reseña Eduardo Philibert Mendoza.

Lo que consiguió a partir de entonces es presentado por la historia como un ejemplo de superación personal. Y no podía ser de otra manera si se toma en cuenta que aquel zapoteco de humilde condición, tras aprender a hablar, leer y escribir en español, cursó estudios hasta recibirse de abogado, llegando a ser gobernador de Oaxaca, ministro de la Corte de Justicia y presidente de la República.

Como presidente interino de México, expidió en Veracruz las Leyes de Reforma, orientadas a "organizar jurídicamente a la nación en un Estado republicano, federal y representativo y democrático, anulando la intervención de la Iglesia y de cualesquiera otras corporaciones". Jorge Carpizo define estas leyes como "la destrucción de las estructuras coloniales y medievales que habían perdurado durante el México independiente; esas leyes son parte del sustento mismo de nuestro constitucionalismo: libertad, igualdad, tolerancia, pluralismo, Estado laico, principio de legalidad y respeto a los derechos de las minorías. Estas leyes son el fundamento de nuestro Estado y la defensa del sistema constitucional" (“Juárez, jurista y defensor de la Constitución”, en Manuel Camacho Solís, Actualidad de Juárez, D.F.: UNAM, 2004, p. 36). 

En el aniversario del natalicio de Juárez, es importante reconocer que el mérito de las Leyes de Reforma no es sólo de él, sino de un grupo de políticos integrado, entre otros, por Melchor Ocampo, Miguel Lerdo de Tejada, Ponciano Arriaga y Guillermo Prieto, hombres a los que les pertenece la gloria de ser “la generación de liberales que mayores alcances logró en la construcción del Estado mexicano”. 

Las Leyes de Reforma lograron, entre otras cosas: la desamortización y nacionalización de los bienes eclesiásticos, la separación Estado-Iglesia, la exclaustración de monjas y frailes, la secularización del registro civil, de los cementerios y de las fiestas públicas, además de la promulgación de la Ley sobre Libertad de Cultos, publicada el 4 de diciembre de 1860. 

Sobre la libre expresión, es obligado recordar que con Juárez mejoraron considerablemente las condiciones para la libertad de expresión, especificadas en la Constitución de 1857. Gracias a ello, se publicaron en ese tiempo periódicos de diferentes tendencias políticas e ideológicas, en los que se exponían y defendían las ideas de los diferentes grupos, “sin que ninguna autoridad pueda ejercer previa censura ni exigir fianza”. 

En ese tiempo, “México vivió por primera vez una época de plena libertad de expresión, sin cortapisa alguna. No hubo censura, ni periodística ni editorial. Juárez extendió la libertad hasta el campo de la educación: la que impartiera el estado sería laica pero los particulares podían impartirla en cualquier nivel”, recuerda José Manuel Villalpando en su obra “Benito Juárez: una visión crítica en el bicentenario de su nacimiento”.

Lamentablemente, ya sin Juárez, el carácter laico del Estado y de la educación se encuentran amenazados por los ancestrales enemigos de la laicidad, que son también los enemigos de la libertad de expresión, el instrumento más poderoso contra el autoritarismo, al que debemos proteger de cualquier amenaza, como lo haría Juárez si viviera.

Twitter: @armayacastro 



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