martes, 24 de julio de 2012

UN REPASO A LA HISTORIA QUE NO DEBE REPETIRSE


Por Armando Maya Castro

La Noche de San Bartolomé, crueldad que no debe repetirse

Resulta preocupante que muchas personas crean superada la intolerancia religiosa del pasado, ignorando lo que pasa actualmente en Chiapas y en algunos otros estados de la República, donde la persecución en contra los evangélicos es un problema que ni las autoridades federales ni las estatales han podido solucionar. 

Desde el surgimiento del protestantismo, las personas que abrazaban esta clase de fe fueron víctimas de múltiples manifestaciones de intolerancia. El trato cruel y despiadado que los católicos les infligían, llevó a los protestantes a exigir garantías de respeto a la libertad religiosa y un trato legal justo. 

Francia es uno de los países donde la  intolerancia y odio de los católicos hacia los protestantes imposibilitó la convivencia entre los miembros de ambas religiones. En esa nación –específicamente en la ciudad de París– tuvo lugar el lamentable evento que conocemos como la noche de San Bartolomé, acaecido el 24 de agosto de 1572. Esa noche –y días subsecuentes–, más de 30 mil protestantes de la nobleza fueron pasados por la espada. “Al recibir las noticias, el papa mandó a hacer señales de cañón, proclamó un jubileo, ordenó que se cantara un Te Deum de acción de gracias e hizo acuñar una medalla especial para conmemorar la gloriosa «victoria»”. 

En Francia –que actualmente se define en su Constitución como una República laica que respeta todas las creencias– los esfuerzos de los protestantes del siglo XVI por alcanzar un trato tolerante se vieron coronados temporalmente con la firma del Edicto de Nantes,  el 30 de abril de 1598. 

Este histórico documento concedía parcial libertad religiosa a los protestantes y ponía fin a las guerras de religión que éstos y los católicos libraban desde hacía más de tres décadas. El edicto de tolerancia nunca fue aceptado por autoridades de la Iglesia católica. El papa Clemente VIII lo desaprobó, calificándolo como “la cosa más maldita del mundo”. En consonancia con la postura papal, la Iglesia católica “consideraba esta tolerancia como deplorable y trabajó continua y efectivamente para socavarla”.

El edicto que fue maldecido por el papa, además de otorgar parcial libertad religiosa, permitía que en Francia hubiera cierto grado de convivencia entre católicos y protestantes. A partir de su proclamación, “se hicieron muchas concesiones a los protestantes, que, además de la libertad de conciencia, gozaban de libertad de culto. En el plano jurídico, una amnistía devolvió a los protestantes todos sus derechos civiles. En el aspecto político, tenían derecho a desempeñar todos los empleos y a formular advertencias u observaciones (remontrances) al rey”.

En 1656, el clero católico protestó ante Luis XIV por los privilegios concedidos a los hugonotes (calvinistas franceses). Estas protestas prosperaron, y en octubre de 1685 el Edicto de Nantes fue revocado por el monarca francés, reanudándose las persecuciones contra los protestantes: “Todas las casas de culto protestante debían ser destruidas y las escuelas abolidas, todos los servicios religiosos suspendidos y todos los ministros debían dejar Francia en quince días. Si los ministros protestantes se hacían católicos, continuarían con un substancial aumento de sueldo y otros beneficios específicos. La tortura, la prisión y las galeras se convirtieron en regla. Más de un cuarto de millón de hugonotes huyeron de Francia, pese a los guardas fronterizos apostados para detenerlos”. (Robert Andrew Baker, Compendio de la Historia Cristiana, Casa Bautista de Publicaciones, Bogotá, 2006, p. 263 y 264).

El rey que satisfizo las exigencias del clero fue extremadamente intolerante con los hugonotes que permanecieron en Francia: hizo circular la noticia de que no admitiría más hugonotes en su reino, por lo que se instaba a los calvinistas que quedaban en Francia a cambiar de religión. Juan Foxe, en su obra “El libro de los Mártires”, describe con lujo de detalle la crueldad desplegada en contra de los calvinistas, afirmando que, para obligarlos a abjurar, colgaban por los cabellos o por los pies a los hombres y a las mujeres, ahumándolos con paja ardiendo. A muchos de ellos les arrancaban con tenazas los cabellos de la cabeza y de la barba; otros eran metidos y sacados en grandes hogueras hasta conseguir que abjuraran del calvinismo. Este salvajismo alcanzó niveles insólitos, al extremo de desnudar públicamente a los protestantes y, “después de insultarlos de la manera más infame, les clavaban agujas de la cabeza a los pies”. Las mujeres eran vilmente ultrajadas en presencia de sus maridos o de sus padres. Ningún protestante escapaba de la ferocidad de aquellos despiadados hombres que, en nombre de su religión, cometían los peores excesos.

Estoy de acuerdo con quienes piensan que esto pertenece al pasado de la Iglesia católica. Pero si queremos que esta historia de terror no se repita, debemos evitar que la Iglesia católica recupere los privilegios y el poder que tuvo en el pasado, elementos que en ciertos momentos de la historia hicieron que se creyera todopoderosa y que cometiera crímenes tan espantosos como los que hemos referido en las líneas anteriores.

@armayacastro

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